Thaïs, de Jules Massenet

Thaïs, de Jules Massenet, comédie lyrique en tres actos y siete cuadros, con libreto de Louis Gallet basado en la novela homónima de Anatole France (1890), fue estrenada en la Opéra de Paris en 1894.

Esta ópera estaba destinada inicialmente a la Ópera-Comique, pero el paso de la cantante californiana Sybil Sanderson, la gran intérprete de las óperas de Massenet, desde esta institución a la Ópera de París (1893), obligó al compositor y al libretista que estaban trabajando en ella a adaptarse a las exigencias de la Académie Nationale de Musique, con la inclusión del ballet y otros cambios.


El tema había sido tratado el siglo x por la monja Hroswita, abadesa de Gandersheim, en su drama en latín Pafnutius, a partir de fuentes siríacas, griegas y latinas, y la leyenda se mantuvo a lo largo de la edad media (Villon la cita en su famosa Ballade des dames du temps jadis).  A pesar de las expectativas, el éxito no fue comparable al de óperas anteriores, como Manon (1884) o Werther (1892), que son perfectamente homologables, y Massenet hizo una segunda versión, estrenada en París en 1898, que consideró la definitiva. Thaïs se ha mantenido en el repertorio pero sin conseguir la popularidad de las dos citadas.

Resumen argumental

La acción tiene lugar en el desierto de la Tebaida en una comunidad de cenobitas y en la Alejandría del siglo iv.

Acto. I

El cenobita Athanaël, está escandalizado por el desenfreno y el pecado en Alejandría cosa que atribuye a la presencia de la cortesana Thaïs, bella sacerdotisa de Venus. Tiene un sueño en el que ve a Thaïs, medio desnuda, que imita los amores de Afrodita entre el entusiasmo lascivo de la gente. Lleno de cólera y desesperación, interpreta el sueño como una advertencia del Señor que le pide que libere a esta mujer de los pecados de la carne. Decide ir a Alejandría y salvar el alma de la cortesana.

Nicias se burla de los propósitos de Athenaël de conducir a la bella cortesana Thaïs por el camino de la penitencia y la virtud, pero lo invita a la cena que dará esta noche en honor de ella. Sus esclavas visten al anacoreta de manera adecuada y pronto entra Thaïs con un séquito de histriones, comediantes y filósofos que la admiran y adulan. Ella se da cuenta de la mirada feroz y penetrante de Athanaël que inicia su predicación irritando a la cortesana. Athanaël, lleno de ira, le anuncia que irá a su palacio a convencerla y llevarle la salvación y la cortesana lo desafía a que lo intente.

Acto. II

En la mansión de Thaïs llega Athanaël y mantiene al principio una dialéctica persuasiva pero pronto entra de lleno en el fondo de la cuestión y dice amarla con un amor que ella desconoce. Le dice que viene del desierto para salvarla de la muerte que la posee y ella, aterrorizada, se arrodilla a sus pies y le suplica piedad. Thaïs siente una nueva sensación de paz y felicidad en un momento musical de gran lirismo. Se oye la voz de Nicias que reclama Thaïs, ella lo rechaza con desprecio

Entre los dos cuadros de este segundo acto, tiene lugar la audición de La Méditation, una de las piezas orquestales más famosas de Massenet, que evoca la conversión de Thaïs.

Athanaël, le dice a Thaïs que Dios le ha hablado por su voz. La cortesana se muestra humilde, totalmente entregada a la voluntad del anacoreta. Éste le propone que entre de inmediato en un monasterio femenino no lejos de la ciudad.Thaïs acepta con alegría y el monje le ordena, antes de partir, destruir con el fuego su mansión y sus riquezas. Nicias y sus amigos y toda la gente que va entrando a la plaza se oponen a que Thaïs se vaya, Athanaël la defiende y los gritos aumentan cuando las llamas ponen en evidencia el incendio del palacio. Comienzan a tirar piedras contra ellos hasta que Nicias decide salvarlos tirando monedas de oro a la multitud que corre excitada para apoderarse de ellas y olvida a los fugitivos.


Acto III

En el monasterio de las Hijas Blancas, llegan Thaïs y Athanaël, que la acompaña a su destino final. Ella se muestra derrotada por el largo y duro camino y Athanaël la trata con dureza pero por piedad cambia radicalmente su actitud, la declara santa y le besa los pies con voluptuosidad. Va a buscar agua fresca y frutas y la tranquiliza con la proximidad del convento. Thaïs acepta con emoción el agua y alimentos que trae el monje. Llegan las monjas de Albine y la abadesa, muestran respeto y veneración ante Athanaël, y éste explica a Albine, de manera solemne y tranquila, que le entrega un alma que quiere consagrarse a Dios. Thais es acogida muy amorosamente y cuando llega el momento de separarse de su mentor, besa con devoción sus manos y llora al decirle adiós para siempre. La serenidad y alegría espiritual del cenobita se quiebran súbitamente, al quedar solo y tomar conciencia de que no la volverá a ver nunca más, y la escena acaba en un terrible grito de angustia.

En la Tebaida los cenobitas muestran su preocupación por Athanaël, que a pesar de su triunfo sobre la pecadora, no come ni bebe y está desecho. Éste confiesa a Palémon su atormentado estado de ánimo y como su pensamiento está dominado por la obsesiva presencia seductora de Thaïs que se le aparece, bella y seductora, a pesar de sus penitencias. Cuando se duerme, se le aparece de nuevo la visión de Thaïs cuando desafiaba sus insultos y predicaciones, pero una segunda visión muy diferente sucede a la de la tentación, y es la de Thaïs, en el jardín del convento de Albine, yacente bajo un gran árbol y a punto de morir. Athanaël se despierta, desesperado, maldice el cielo y el universo y sale decidido a verla una vez todavía y a poseerla.

Thaïs yace rodeada de sus hermanas en religión que rezan por ella con devoción y serenidad. Después de tres meses, la penitencia continuada le ha destruido la salud. Llega Athanaël y Albine le anuncia la muerte próxima de Thaïs. El monje se arrodilla a los pies de Thaïs y sigue un diálogo imposible entre el cenobita —que ha perdido el control de si mismo y solamente intenta hacerle entender que la ama de una manera humana, con un deseo total— y la religiosa —transfigurada por un éxtasis místico, a las puertas del cielo— que no oye ni entiende las palabras del monje. Los últimos momentos de Thaïs, que se siente feliz ante la visión de la divinidad, contrastan con el grito terrible de Athanaël («Morte! Pitié!»).
Thaïs, de Jules Massenet

Cartel original Opera Thaïs – Jules Massenet  – Opéra de París en 1894

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