Cuando terminé de leer el libro, me sentí como si hubiera acabado de pasar un curso intensivo de historia del arte, pero con nuevas perspectivas enriquecedoras, en las que nunca había reparado cuando impartí esa materia varias veces en México, pues Isis relaciona el ballet con la arquitectura y el arte gótico de una manera tan original, cuando se refiere al «goticismo del cuello largo” , y a la búsqueda “goticizante” de la elevación por el bailarín, equiparable a la del arco ojival que caracteriza a ese estilo.
Por Santiago Martín
A Isis Wirth, la que ayer era una de las anfitrionas del Gran Teatro de La Habana y, más aún, de su sala “Federico García Lorca”, no la ha abandonado ninguna musa al escribir este libro que habla de ballet, pero que también es una cátedra de rigor, profesionalismo, pasión por la música, la danza, el arte y la vida.
Leyendo “Después de Giselle” el lector aprende y crece a la vez; se sorprende de la erudición sin alarde de esta diosa egipcia que re-encarnó en Cuba en el cuerpo de una chica vehemente, enigmática (sólo en apariencia, porque quien tiene la dicha de conocerla constata enseguida que, como el Kybalión, es hermética solamente para los que no están preparados para “ver” su alma transparente y cálida).
Cuando juntos nos refugiábamos en el “Lorca” para escapar del reino de la mediocridad y de la libreta de desabastecimiento, confabulados público y bailarines, siempre supimos separar el arte de la política, tanto la autora como yo, y más de 20 años después, Isis Armenteros, ahora Wirth, mantiene prístina esa lucidez para ensalzar a Alicia por “haber bailado al borde del abismo”, sin ahondar en su caída en el lodo desde el punto de vista político, aunque no teme abordar este tan difícil enfoque para el arte cuando escribe el artículo “El Ballet Nacional de Cuba: votando con los pies” , y cuando cierra sus ensayos con una disertación magistral sobre el tema en “Una metáfora del totalitarismo”, publicado originalmente en la revista Encuentro, donde dice lo que todos siempre intuímos y comentamos, sin haber tenido la osadía de escribirlo.
Pero se equivoca completamente quien piense que “Después de Giselle” es un libro sobre el ballet cubano o sobre la imprescindible Alicia Alonso, que puso a Cuba en el mapa del ballet, dándonos la ofrenda de sí misma y sentando cátedra, porque aunque Isis rompe el fuego hablando de ella en los tres primeros artículos, y revela en el cuarto esa anécdota deliciosa de que Alicia “se permitió…regalarle una batuta a Balanchine”, el dominio que posee la autora sobre el tema de la danza es tan completo y abarcador que desborda el insular y casi milagroso nicho del ballet cubano para navegar por mares más lejanos, y ser a la vez un parteaguas en lo que a estética y crítica de ballet y danza se refiere.
Sus artículos revelan a un crítico de arte que toma partido con conocimiento de causa y que desliza sagaces comentarios e interesantes informaciones, de los que citaré sólo tres, no textualmente, sino como los recuerdo, para darles un cierto matiz “impresionista”:
-Pina Bausch es la coreógrafa del tiempo, en la mejor tradición del “Fausto” de Goethe, y de Einstein, tan alemán como judío.
-Balanchine, genio de la coreografía del Siglo XX, pese a ser confeso heredero de Petipa, el rey de los ballets narrativos del Siglo XIX, es el abanderado de los ballets sin argumento, porque…. ¿cómo decir en danza que esa señora es mi cuñada?
En este punto me permito discrepar de Balanchine, con un argumento de la vida real, no coreografiada: el Miami City Ballet durante muchos años se dedicó exclusivamente a bailar ballets sin argumentos de Balanchine, hasta que, para tratar de atraer más público, tuvieron que empezar a montar “Coppelia” , “Giselle” y “Don Quijote”.
La propia Isis, que primeramente parece concordar con Balanchine en su rechazo a la corriente narrativa de la danza, al comentar luego el trabajo de Boris Eifman con su ballet sobre Chaikovski, documentándonos a la vez de una manera muy seria y respetuosa el tema casi tabú de la tragedia del suicidio del inigualable compositor ruso, acaba reconociendo la aceptación del ballet de Eifman , dándole su beneplácito personal, lo que demuestra que nuestra crítico no es dogmática ni esclava de sí misma ni de nadie.
-La ciudad rusa de San Petersburgo, una de las capitales de la historia cultural europea, cuna de tantos formidables creadores como Pushkin, Dostoievski y Chaikovski, entre tantos otros, estaba en su cénit cuando fue el escenario, como un castigo divino, de la Revolución de Octubre.
En este comentario de Isis puedo adivinar la influencia kybaliónica, es decir, de la enseñanzas de Hermes Trismegistus que aparecen en ese libro, al inducir que tanta grandeza vino a ser “compensada”, o equilibrada, con un período oscuro y nefasto para Rusia, e incluso para toda la humanidad, que aún sufre sus secuelas, como Cuba y Corea del Norte.
Observará el lector toda la riqueza de debate y de análisis político, histórico y social que puede desencadenar un libro sobre ballet cuando la autora posee la madurez y el bagaje cultural necesario para hacernos pensar, e incluso disentir, con sus planteamientos.
Con el privilegio de un prólogo de Zoé Valdés, Isis Wirth, ya desde su misma introducción, y haciendo justicia al título de ésta, ha logrado coreografiar las palabras para que dancen en este ballet literario que es su libro.
Diecinueve artículos, seis entrevistas, veintiuna críticas y siete ensayos se deslizan por el escenario mental del lector para poblar de imágenes danzantes el territorio entre sus sienes, y hacer bailar de nuevo, cada vez que se leen, por la fuerza y nitidez de la palabra escrita, a los más grandes bailarines mencionados, como cuando por ejemplo Isis nos cuenta la anécdota de Nijinski explicando el milagro de su salto como el Espectro de la Rosa, y podemos verlo perfectamente desapareciendo por la ventana después de su hazaña, o cuando nos habla de José Manuel Carreño y de Carlos Acosta, y los podemos imaginar acompañando a Kitri o a Odile, y saliendo a saludar al público con toda la elegancia de ese partenaire ideal que describe la Alonso en su entrevista.
No puedo dejar de mencionar cómo la autora nos actualiza acerca de lo que está pasando en el mundo del ballet, sobre todo en esa Europa que los latinos siempre hemos idealizado y que desde hace ya algún tiempo algunos de nuestros bailarines están conquistando, así también cómo nos alerta de las falsas vanguardias, diciendo “¡Basta ya!”.
Cuando terminé de leer el libro, me sentí como si hubiera acabado de pasar un curso intensivo de historia del arte, pero con nuevas perspectivas enriquecedoras, en las que nunca había reparado cuando impartí esa materia varias veces en México, pues Isis relaciona el ballet con la arquitectura y el arte gótico de una manera tan original, cuando se refiere al «goticismo del cuello largo” , y a la búsqueda “goticizante” de la elevación por el bailarín, equiparable a la del arco ojival que caracteriza a ese estilo.
Para terminar, quiero aludir, de nuevo de forma “impresionista”, a ese polémico concepto que Isis toma de boca de varios colegas pero que hace suyo sin que nos lo diga claramente: las democracias no se llevan bien con el ballet “clásico”.
Está en nuestras manos, aunque sea ardua la tarea, el romper este “maleficio”, y que el pas de deux del tercer acto de “El Lago de los Cisnes”, entre esa creación totalitaria de Von Rothbart que es el Cisne Negro, y el príncipe Sigfrido que representa la bondad y la belleza del arte del ballet, culmine con un final feliz, diferente al de la versión actual del American Ballet Theater, en que mueren Odette y Sigfrido; final feliz, donde Sigfrido salve a Odette, el mítico cisne blanco de la cultura universal.