Un 12 de marzo del 1890 Vaslav Nijinsky dio su primer cabriole al aire. Fue en la ciudad de Kiev.
Hijo de padres polacos, desde su más tierna infancia el pequeño vivió intensamente el mundo de la danza en su propio hogar. Su progenitor, Tomás Nijinsky, pertenecía a la cuarta generación de una familia de bailarines polacos asentados en Rusia. Su madre, Eleanora, también bailarina, era hija de un terrateniente ludópata que se suicidó tras quedar en la más completa ruina.
Ya desde la edad escolar Vaslav presentaba dificultades de comunicación con sus compañeros de clase, refugiándose por esta razón en brazos de sus seres más queridos, sobre todo en su madre, su hermana Bronislava (también bailarina y coreógrafa) y su hermano Stanislav, que compartía con él un evidente desajuste mental, aunque agravado, y que en el caso de Vaslav se le achaca al golpe que sufrió en el cráneo tras una caída.
EL JOVEN CISNE DE KIEV
A la temprana edad de diez años Vaslav se unió a la Escuela del Ballet Imperial de San Petersburgo (convertida después en la Escuela Vaganova), donde estudió con los maestros de danza Cecchetti, Legat, Obuhova y Pável Gerdt. Hay que decir que las únicas escuelas en las que los bailarines varones eran preparados de manera profesional se encontraban por aquel entonces en Italia y en Rusia, hasta el punto de que en el resto de Europa los roles masculinos del ballet clásico eran frecuentemente desempeñados por mujeres.
Su debut escénico tuvo lugar en 1907, interpretando el Don Giovanni de Mozart en el Teatro Mariinsky, y un año después ya tenía papeles principales en otras obras, como El pabellón de Armida y El bosque encantado. Desde entonces comienza una carrera triunfal en el Teatro Imperial, interrumpida en 1911, cuando Nijinsky fue despedido por el primero de una serie de escándalos provocados en la escena- En esta ocasión, al parecer, se debió a una exhibición incorrecta ante la emperatriz rusa, cuyos detalles desconocemos.
Por ese tiempo, Nijinsky conoce a Sergéi Diághilev, mecenas de las artes escénicas rusas y promotor de las mismas en el extranjero, sobre todo en París. Desde aquel encuentro, Diághilev se convierte en protector y amante del bailarín, involucrándose en su carrera y en su promoción hacia el estrellato. Y qué mejor manera que emparejándole artísticamente con la divina Anna Pávlova. El éxito conseguido animó a Diághilev a crear Les Ballets Russes, que llegaría a ser una de las compañías de danza más importantes de su tiempo.
En su novela más célebre, Lolita, Vladimir Nabókov se reriere a Nijinsky como un hombre “todo músculos y hojas de higuera”, aludiendo a uno de sus atrezzos más peculiares, el exhibido en La consagración de la primavera. De esta manera, el escritor ruso refleja las dos particularidades físicas más sobresalientes del bailarín: la definición fibrada de su cuerpo y sus exageradas caracterizaciones, sin importarle que estas acentuaran su imagen andrógina, haciéndola más ambigua si cabe.
Pero, por encima de todo eso, Nijinsky era un atleta excepcional. La finura de su torso y levedad de su cabeza contrastaban con la solidez de sus poderosas piernas, que le servían de firme soporte en sus saltos y acrobacias. Gracias a su admirable elevación, su ballon, y la expresividad y depuración de sus movimientos, consiguió un ascenso fulminante en actuaciones coreografiadas por Mikhaíl Fokine, entre las que sobresale su ‘pas de deux’ en La Bella Durmiente de Tchaikovsky, así como otros trabajos que reclamaron la atención del público, tales como Giselle, acompañando a la legendaria Tamara Karsavina, y en la adaptación de Scheherazade de Rimsky-Korsakov, cuya atrevida mise-en-scène provocó la ira de la viuda del compositor ruso.
Si Nijinsky fue famoso por su permanente desafío a la gravedad, no lo fue menos por la intensidad y osadía de sus caracterizaciones, que le permitían concebir una nueva forma de expresión dramática en el ballet clásico alejada de los cánones tradicionales dominantes. En cuanto a su técnica, se dice que podía realizar con facilidad el paso en pointe, rara habilidad en los bailarines de su época, no así en las bailarinas, llegando a ejecutarlo en público al representar la obra Jeux (1913), música de Claude Debussy, con el consiguiente estupor de los puristas.
LOS ESCÁNDALOS DE VASLAV
El escándalo que en 1911 provocó la expulsión de Nijinsky del Teatro Imperial fue el inicio de una serie de altercados que le dieron la imagen de artista controvertido y provocador. Del Teatro Imperial pasó al Teatro Mariinsky, y de este último a miembro regular del grupo de Diághilev, actuando en producciones varias del coreógrafo Fokine, tales como El espectro de la rosa, de Weber, donde destacaron sus inmensos saltos, o la Petrushka de Ígor Stravinsky.
Apoyado incondicionalmente por Diághilev, Vaslav se traslada a Francia y pronto comienza a trabajar como coreógrafo. A partir de ese momento, el genio creativo del artista le hace sentirse libre para dar rienda suelta a su idea peculiar de expresar la danza clásica. Así, entre 1912 y 1916 crea varios ballets, entre los que destacan La siesta de fauno, con música de Debussy, y La consagración de la primavera de Stravinsky, a quien, por cierto, no le gustó nada la personal adaptación de Nijinsky. Con estas coreografías suyas, plagadas de radicales movimientos, giros angulares y matices cargados de una sexualidad palpable, Nijinsky volvió a causar escándalo en sus estrenos, sorprendiendo a público y crítica. Para colmo de males, en el estreno de La siesta de fauno llegó a simular una masturbación con el pañuelo de las ninfas…
El estreno de La siesta de fauno en 1912 desencadenó la división en dos bandos de los parisinos adictos al ballet. Uno de ellos, encabezado por Gaston Calmette, denostaba el trabajo de Nijinsky tanto desde el punto de vista del arte, como de la moral pública. El otro, dirigido por el escultor Auguste Rodin, defendía el genio artístico del bailarín por encima de convencionalismos sociales y atavismos religiosos, viendo en él al más versátil e innovador bailarín de todos los tiempos.
DIÁGHILEV Y EL AMOR
«Tenía diecinueve años cuando conocí a Diághilev. Lo amaba sinceramente y cuando me decía que el amor de las mujeres era una cosa horrenda, le creía. Si no le hubiera creído no habría podido hacer lo que hice.» Así se expresaba Nijinsky en sus Cahiers sobre quien fuera su amante y protector, el mecenas que le catapultó a la fama. Posiblemente con estas palabras tratara de justificar lo que ya era vox populi en toda Rusia: que, con independencia de las relaciones que tuvo con mujeres, al bailarín le gustaba compartir el lecho de otros hombres. Aunque, a decir verdad, no se le conoce otro amante que Diághilev.
El encuentro entre Nijinsky (17 años) y Sergéi Diághilev (35) fue un flechazo mutuo que a la larga se convirtió en revulsivo vital para el joven. Juntos vivían, viajaban y trabajaban, formando una pareja infrecuente, la más glamorosa de aquella Europa de principios de siglo. Bajo la influencia del empresario, Nijinsky se transforma en un astro del ballet que comenzaba a brillar con luz propia. Como botón de muestra, Diághilev ofreció al joven un auténtico regalo de novios: la colección completa de la revista Mir Iskusstva (“El mundo del arte”), creada por el propio Sergéi, que supuso para Nijinsky una ventana abierta al mundo de la danza y a su historia, un valioso tesoro que le acompañó en su maleta durante todos los viajes de su vida.
Con el paso del tiempo. Nijinsky, al borde de la esquizofrenia y lleno de despecho, llegaría a escribir sobre Diághilev: “La primera vez que lo vi dejé que me hiciera el amor. Mi madre y yo teníamos que comer”. Por entonces, mucho habían cambiado ya las cosas entre bailarín y empresario. Nijinsky se había casado en 1914 con Romola Pulszky, una aristocrática bailarina húngara que había sido hasta entonces seguidora suya. Aquel enlace fue interpretado como un intento de Vaslav para ‘normalizar’ su vida personal, al tiempo que asegurarse una buena dote. Diághilev, enojado, le despide de su compañía de danza. Nijinsky nunca entendió del todo esta actitud de distanciamiento por parte de su mentor.
UNA GUARDIA SUIZA GAY
Como ‘guardia suiza’ de la homosexualidad se había referido el compositor Ígor Stravinsky a un nutrido grupo de personalidades europeas ligadas al arte escénico que solían reunirse en el londinense Hotel Savoy. Diághilev era uno de sus miembros más destacados. Ferviente defensor del sexo entre hombres, no sólo nunca ocultó esa tendencia, sino que, muy al contrario, solía esgrimir ante los demás argumentos como este: “No puede ser un verdadero artista quien no tiene las características de los dos sexos. Todos los genios del pasado han sido homosexuales, al menos bisexuales. El amor normal es una necesidad de continuar con la especie, una urgencia de la naturaleza, una acción animal privada de toda belleza y placer estético. En cambio, cuando se da el amor entre personas del mismo sexo, aun cuando los integrantes de la dupla sean seres ordinarios, es artístico, debido a la ausencia de supuestas diferencias”.
Tras su ruptura con Nijinsky, Diághilev puso sus ojos en un nuevo artista-amante a quien poder moldear: el joven Leónide Miassine, a quien intentó convertir en un nuevo Nijinsky, sin conseguirlo. Tras la boda de Miassine, nuevos nombres engrosaron una larga lista de amantes, entre los que destacaron el poeta Boris Kochno y los bailarines Anton Dolin y Serguéi Lifar. Sin temor a la exageración, habría que decir que hasta la muerte de Diághilev, los grandes descubrimientos masculinos del ballet ruso estuvieron ligados a historias de amoríos entre hombres.
LOCO POR LA DANZA
El año 1914 supone el comienzo de la I Guerra Mundial y para Nijinsky también el declinar de su vida, tanto personal como artística, pese a que sólo tenía entonces 24 años. Su previsible e inmediato fracaso matrimonial y consiguiente distanciamiento de Serguéi Diághilev, unido al sentimiento de frustración por el incumplimiento de sus nuevos contratos en Londres, al diagnóstico de una esquizofrenia precoz y a su internamiento en prisión, provocaron en el artista un auténtico desajuste mental que le llevó a la ruina en todos los aspectos de dus existencia.
En 1915 es confinado en una cárcel húngara, de donde su amigo Diághilev logra sacarle a través de la Oficina pro cautivos creada por el rey Alfonso XIII de España. Algo recuperado, al año siguiente realiza una gira por los Estados Unidos, pero los signos de su enfermedad mental se agravan, lo que inviable su permanente trabajo entre bambalinas.
EL ÚLTIMO BAILE
En enero de 1919 acepta actuar en una función en el Hotel Suvretta de Saint Moritz ante un auditorio de turistas y nuevos ricos. Será la última vez que actúe en público. Enfundado en una túnica blanca, anuncia su boda con Dios. Luego grita a la gente: “Voy a mostraros cómo vivimos, cómo sufrimos y cómo creamos nosotros, los artistas… Ahora voy a danzaros la guerra, sus sufrimientos, sus destrucciones, esa guerra que no supisteis impedir y por la que habéis de responder algún día…”
Su postrer legado artístico no tuvo a la danza como leitmotiv, sino al arte plástico. Consistió en la elaboración de una serie de pinturas a base de elipses y círculos, muy ligadas al arte contemporáneo del París de su tiempo. Ritmo, color y frenesí se dan la mano en la que fue su última coreografía.
COLUMPIOS SECRETOS
En 1919, su carrera concluye fulminante, por causa de una crisis nerviosa que le obliga a ser ingresado en un hospital suizo. El resto de su tiempo lo pasó tristemente entre hospitales psiquiátricos y asilos, bajo la tutela de las dos personas más importantes de su vida: su esposa Romola y su amante Diághilev.
Murió en Londres, el 8 de abril de 1950, y sus restos fueron llevados tres años después al cementerio parisino de Montmartre. Allí reposa para siempre el hombre que, en palabras de Julio Cortázar, descubrió que en el aire hay columpios secretos y escaleras que llevan a la alegría. Fuente homocronicas.blogspot.com.es
PARA SABER MÁS:
- Vaslav NIJINSKY, Diario (traducción de Helena-Diana Moradell), Ediciones Acantilado, Barcelona, 2003.
- Françoise REISS, Nijinsky o la gracia, Revista Musical Chilena, núm. 56 (Diciembre 1957), págs. 45-53 (traducción de César Cecchi).
- Richard BUCLE, Nijinsky, Penguin Books, London, 1971 (en ingles).
- Varios Autores, La danza de los colores. En torno a Nijinsky y la abstracción, Fundación Mapfre
