La era de las bailarinas estrellas de cine

Por Silvia Sánchez Ureña
Danza Ballet® Revista de Colección (2012)

A pesar de no resultar para nadie una maravilla cinematográfica, en el año 2000, la película americana, ‘Center Stage’ (titulada ‘El ritmo del éxito’ para el mercado español), dio notoriedad a bailarines cómo Ethan Stiefel, Sacha Radetsky, Julie Kent, e incluso a la protagonista, Amanda Schull, que repetiría éxito en 2009 co-protagonizando ‘El último bailarín de Mao’ junto al bailarín del Birmingham Royal Ballet, Chi Chao.

Una generación antes,  Mikhail Baryshnikov conseguiría superar finalmente a Rudolf Nureyev, al menos en la pantalla grande. En 1977, ambos protagonizaron dos largometrajes, ‘The Turning Point’ (Paso decisivo), del director Herbert Ross  y ‘Valentino’ de Ken Russel.  Baryshnikov conseguiría una nominación al Oscar como mejor actor de reparto, mientras que Nureyev y  ‘Valentino’  serían fuertemente criticados.  Nureyev lo volvería a intentar en 1983 con ‘Exposed’,  de James Toback, pero resultó de nuevo un fracaso y sería su última aparición en el cine. Baryshnikov, sin embargo, repetiría éxito con ‘White Nights’ (‘Noches de Sol’) de Taylor Hackford, en 1985.  Con menor repercusión, Baryshnikov también aparecería en ‘Dancers’ (1987), de nuevo con Herbert Ross y  en ‘Company Business’ (1991) de Nicolas Meyer.

Tomando esta serie de películas cómo ejemplo, se podría decir que uno de los puntos negativos de la última película mayoritaria en usar una temática de ballet, ‘Black Swan’ (2010) de Darren Aronofsky, es la falta de bailarines profesionales, con un trabajo representativo,  en el reparto. El coreógrafo americano Benjamin Millepied, apenas tiene unas líneas en pantalla, y su coreografía para la película es poco reseñable, hasta el punto que alguna doble cómo Sarah Lane (del American Ballet Theater) tuvo que rebatir entre la prensa y la productora su participación total.

Pero, hubo una época en la que personalidades de la danza trabajaron para el mundo del cine en primera plana. La prolífica labor de Sergei Diaghilev y los Ballets Rusos habían convertido a los bailarines en figuras de culto dentro del mundo del arte y la cultura de las primeras décadas del siglo XX.  De aquella compañía sobreviviente, los Ballets Russes de Montecarlo, y de aquel París sede de los émigrées rusos, saldrían dos bailarinas que terminarían haciendo carrera en el celuloide, Tamara Toumanova (1919-1996) y Ludmila Tcherina (1924-2004).

Ambas comparten orígenes en las montañas del Cáucaso, en el sur oeste de Rusia,  y orígenes entre la realeza local. Tamara Toumanova era hija de una princesa georgiana y un general ruso, mientras que Ludmila Tcherina (cuyo nombre real era Monique Tchermerzine) era hija de un príncipe de la aristocracia circasiana.

Toumanova nace en Siberia en marzo de 1919, mientras que su madre intentaba huir de la Revolución Rusa. Tras varios años en el este de Asia, en 1926, la familia llega a Paris, y la niña comienza a estudiar ballet en el famoso estudio de Olga Preobrajenskaya. En su debut junto a un grupo infantil en el Teatro del Trocadero, la pequeña Toumanova impresionó a Anna Pavlova, y, con nueve años, bailando ‘L’eventail de Jeanne’ en la Ópera de Paris, George Balanchine se fijó en ella.  Este sería uno de los encuentros más importantes de la vida de la bailarina, pues sería Balanchine quien en 1932 la llevará a los ‘Ballets Russes de Montecarlo’.

Dentro de la compañía, Toumanova conocería el éxito internacional como parte del trio de las ‘baby ballerinas’, así nombradas por el famoso crítico británico, Arnold Haskell. Balanchine, además de a Toumanova, trajo también a su compañía a  Irina Baranova (también con 12 años)  del estudio de Preobrajenskaya y a Tamara Riabouchinskaya (de 15 años)  del estudio de Mathilde Kchessinskaya. Toumanova pronto se hizo destacar por un estilo noble impregnado de glamour, frente a la técnica y versatilidad de Baranova o al lirismo de Riabouchinskaya. Balanchine crearía para su protegida ballets cómo ‘Cotillón’ (1932) o ‘Mozartiana’ (1933), este último junto a su breve compañía ‘Les Ballets 33’. Pero, cuando el coreógrafo partió a América, Toumanova no lo siguió, Blum y el Coronel de Basil habían dejado de ser socios en los Ballets Russes.

Otro crítico inglés Edward Haddakin (1906-1969), popularizaría el sobrenombre con el que se conoce a Toumanova en la historia del ballet, ‘la perla negra’, puesto que era “la criatura más bella de la historia del ballet […]. Tenía una melena negra sedosa, profundos ojos marrones y la piel pálida. De su madre había heredado sangre circasia, de los dioses la nariz más divinamente clásica. Junto a su  brillante personalidad en escena, estaba dotada de un poder de actuación hipnótico”.  Uno de sus partenaires habituales, George Zorich, dijo de ella “En la vida y en la escena, Tamara era una belleza sin taras. Su técnica no tenía rival, era dinámica, y siempre dejaba una impresión duradera con su magnetismo”.

En 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, Toumanova debutaría en el cine. Su primera película fue ‘Días de Gloria’ de Jacques Tourneur, junto a un también debutante Gregory Peck. Toumanova interpretaba a Nina, una bailarina desplazada de su compañía en plena guerra germano-rusa, y termina uniéndose a un grupo de guerrilleros rusos, liderados por Vladimir (Gregory Peck).  Ese mismo año, Toumanova se casó con el productor y guionista de la película, Casey Robinson.

Compaginando aún su carrera en los escenarios, Toumanova volvería a aparecer en el cine en 1953, en ‘Tonight we sing’, un musical dirigido por Mitchell Leisen basado en la vida del empresario Sol Hurok, en el que Toumanova interpretaba el papel de Anna Pavlova. ‘Tonight we sing’ no fue acogido con éxito por el público, pero al año siguiente, Toumanova aparecería en su primer musical con la Metro-Goldwyn-Mayer, ‘Deep in my heart’, diriguido por Stanley Donen. En aquella película aparecía también Gene Kelly,  que dos años después diriguiría a Toumanova en ‘Invitation to the dance’.  Se trataba una película sin palabras, en la que la acción de tres tramas diferentes se explicaba únicamente a través de la danza.  Además de Toumanova, en esta película aparecieron también  bailarines como Igor Youkevitch, Claire Sombert,Diana Adams y Claude Bessy.

En 1966, Toumanova aparecerá en el thriller  ‘Torn Curtain’ de Alfred Hitchcok, interpretando a una bailarina que descubre la identidad del personaje de Paul Newman, perseguido por la Stasi. Cuatro años después, Toumanova participará en su último film, ‘The Private life of Sherlock Holmes’ de Billy Wilder.

Ludmila Tcherina tenía 21 años cuando le fue ofrecido debutar en el cine, en ‘Un revenant’  (1946) de Christian-Jaque. Tcherina había nacido en Paris, y estudiado también en el estudio de Olga Preobrajenskaya entre otros.
Con solo 18 años, se había estrenado como Julieta en el ‘Romeo y Julieta’ de Sergei Lifar, junto al propio coreografo. Fue Lifar quién le otorgó el nombre artístico de ‘Ludmila Tcherina’.

En 1948 tendría su aparición más famosa, cuando apareció junto a Moira Shearer en ‘The Red Shoes’, de Michael Powell y  Emeric Pressburger. Tcherina no hablaba inglés, por lo que tuvo que aprender todas las frases de su papel (la bailarina veterana rival de la protagonista) fonéticamente.

Con su primer marido, el bailarín Edmond Audran, un bailarín de los Ballets de Montecarlo de Lifar,  aparecería en películas como ‘Fandango’ (1949), ‘La Nuit s’achève’ (1950), ‘La Belle que voilà’ (1950). Cómo curiosidad, Tcherina participó también en una película española, ‘Parsifal’ (1951), una adaptación de la ópera de Wagner por Carlos Serrano de Osma y Daniel Mangrané. Ese mismo año, al igual que Shearer, Tcherina volvió a repetir éxito junto a Michael Powell y  Emeric Pressburger en ‘The Tales of Hoffman’.

Cuatro años después, tras encadenar producciones francesas y coproducciones italianas, repetiría con el dúo de directores en ‘Oh… Rosalinda’ (1955), y, en 1959 aparecería junto a Antonio ‘El bailarín’ en  ‘Luna de miel’ de Michael Powel, película rodada en España.

Apartir de entonces, Tcherina abandonó el cine, dedicándose a su carrera en los escenarios, al igual que a la pintura,  la escultura y a la literatura. Publicó varias novelas y expuso su trabajo en galerias y como monumentos (su escultura ‘Europe à coeur’ (1991) se encuentra delante del Parlamento de la Unión Europea, elegida por la Fundación Europea de Ciencia y Cultura cómo simbolo de Europa). En el 59  se presentó de gira en la unión soviética, dónde su Giselle tuvo un gran éxito, al igual que su participación en ‘El martirio de San Sebastián’ de Lifar, ya de nuevo director de la Ópera de París. Pero, durante la década de los sesenta y los setenta, Tcherina participó ocasionalmente en telefilmes frances, interpretando personajes como ‘La dama de las camelias’, ‘Salomé’, ‘La reina de Saba’ y ‘Anna Karenina’.

De hecho, las bailarinas no fueron las únicas en trabajar para el cine. Gracias a la influencia del género de los músicales, coreógrafos cómo Jerome Robbins, George Balanchine o Roland Petit, colaboraron con Hollywood.

Todos estos bailarines y coreógrafos hicieron que, por un tiempo, el ballet fuera un éxito en el cine.

La era de las bailarinas estrellas de cine
Ludmilla Tcherina (1924 – 2004) Danza Ballet® Revista de Colección (2011).

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