Presenciar La bella durmiente del Royal Ballet, con vestuario de Oliver Messel y Peter Farmer y decorados de Christopher Carr, es como zambullirse en un lujoso y exuberante helado de fresa y nata para viajar al país de Nunca Jamás del siglo XVIII y así deleitarse con una obra inmensamente rica en variaciones, estilos y, ante todo y en la versión que nos ocupa, infantil imaginación.
La bella durmiente del Royal Ballet, en su totalidad, es una reliquia, un auténtico cuento de hadas formado por seres míticos y personajes famosos que componen un lujoso ballet con un antiguo, bello y pomposo vestuario junto a una tradicional y acartonada escenografía que, al finalizar la obra, nos deja empalagados.
Si uno analiza el conjunto de la producción del Royal Ballet se encontrará con un estilo recargado y rococó en toda la puesta en escena. Prevalecen el exceso y el recargo, el «estilo Messel» es lujoso e imaginativo, fino y elegante, pero contemplado únicamente durante un momento, más, corre el riesgo de convertir la obra en un lujoso cuento de hadas para niños.
La gran cantidad de artistas en escena es extraordinaria. El enorme cuerpo de baile sobre el escenario ejecuta perfectamente toda la coreografía de cada una de las variaciones, los valses en conjunto, las entradas y salidas. Todo es fantástico. La calidad del espectáculo está altamente garantizada de antemano. Cada cual ocupa su sitio correctamente, dejando que las principales figuras del cuento, que son varias, luzcan maravillosamente. Por momentos, durante el prólogo se pierde la magia al no existir una diferencia entre los seres mágicos y los de carne y hueso. Familia real, cortesanos, hadas y amigos de palacio habitan y coexisten en el mismo nivel. No hay distinciones. Todo está mezclado y el hechizo se pierde.
Tamara Rojo, como Aurora, y Rupert Pennefather, como el príncipe Florimund, fueron los principales artistas que cerraron, a su paso por Barcelona, la presentación de la compañía inglesa fundada por Dame Ninette de Valois en 1931.
Rojo se ha metido al público del Liceu en el bolsillo, ha sido largamente ovacionada y aplaudida en cada una de sus intervenciones. La adoran y ella agradece, seduce altiva y distante sin entregarse. Es una bailarina generosa con la técnica pero no con las emociones.
Sus variaciones fueron ejecutadas a través de una bella plasticidad y una destreza perfecta. Posee unas puntas fantásticas, sumamente flexibles, y al bailar, como en el segundo acto, parece flotar sobre la música. Su danza es precisa, elegante y suave. No así su expresividad e interpretación. Su Aurora fue un personaje sin matices emocionales, adulta y lejana en el plano afectivo.
Posee una capacidad técnica extraordinaria, es generosa en los giros (realiza unas estupendas piruetas, seis para ser precisos, en su variación solista del primer acto) y generosa también en los prolongados equilibrios en los que puede suspenderse quizá hasta el desmayo de la orquesta si ella quiere, como ya ha demostrado en otros ballets. Puede permanecer en balance, en attitude o arabesque, hasta el final de la frase musical y, cuando éste ya está por agotarse lo concluye conjuntamente con el crescendo sostenido de la orquesta, finalizando triunfalmente su aparición en escena, en este caso “El adagio de la rosa”.
Esto es lo que hemos vivido la noche del martes 13 en el Liceu, Rojo va un paso más allá de Petipa en la última parte del adagio y concede una prueba de demostración al mejor «estilo Rojo», de puro equilibro al servicio de la exhibición, con la que el público cae apasionadamente rendido a sus pies. Concede generosamente esta serie de demostraciones sabiendo que son uno de sus fuertes y las explota sobervia y recurrentemente saliendo, así, victoriosa en cada prueba de destreza y acrobacia.
A su lado, Pennefather fue un correcto y elegante príncipe. Si bien Florimund no es uno de los protagonistas masculinos más interesantes en el ballet, sus dos variaciones dejaron evidenciar una pulcra y elegante técnica de gran calidad artística —su estilo denota una clásica identidad británica— aunque con muy poca emocionalidad. Pennefather es un bailarín sumamente apuesto pero, por el momento, contenido.
El personaje más dulce del cuento, el hada Lila, estuvo dulcemente bailado por Claire Calvert, quien posee unas piernas tan increíbles como las de Darcey Bussell. Junto a un imponente físico y una esbelta figura que sobresale entre las demás hadas —ha derrochado dulzura durante toda la noche— se mostró precisa, pero no muy exacta en su solo durante el prólogo.
El plato fuerte y virtuoso de la velada apareció con uno de los pas de deux más esperados por mí, el del pájaro azul y la princesa Florine. Steven McRae y Laura Morera fueron los responsables de que subiera la adrenalina.
McRae es un bailarín extraordinario y ampliamente versátil. Ha sido el más enérgico y apasionado de la velada. En el papel del pájaro azul ha estado magnífico. Volaba sobre el escenario. Se lució soberbiamente con su impecable batterie, triunfando en la coda final, donde la agitada y exigente diagonal de brisés volé fue superándose impecablemente. Morera, por su parte, aportó encanto y un alto desenvolvimiento en la interpretación de su variación. Su baile fue precioso y preciso: delicioso en el fraseo y elegante en sus líneas.
La Joven Orquesta Nacional de Catalunya, dirigida con pasión por el Maestro ruso Valery Ovsyanikov, director musical del Teatro Mariinksy y la Academia de Ballet Vaganova de San Petersburgo, desplegó todo su potencial artístico belleza, claridad y precisión.
Estructuralmente la historia se sigue sin problemas y tiene un rápido desenlace. Carabousse, atractivamente interpretada por Genesia Rosato, es vencida en un abrir y cerrar de ojos —personalmente no puedo sacar de mi cabeza a la genial y aterradora Carabousse creada e interpretada por el mismísimo Sir Anthony Dowell en una inolvidable caracterización e interpretación—. Aurora es rescatada por Florimund, celebrarán su boda en una gran fiesta y todos serán felices.
El público, embelesado, aplaudió varios minutos a la compañía británica, solistas como Rojo, Morera y McRae incluidos. Y así llegamos al final.
En el fin de la temporada 2009-2010 de ballet del Teatre Liceu, el Royal Ballet, con toda su fuerza y poder, ha desplegado uno de sus títulos más emblemáticos y ha convertido en realidad las aspiraciones y los sueños de muchísimos amantes del ballet.
La bella durmiente – The Royal Ballet – ©A Bofill – Foto gentileza Teatre Liceu
© 2010 Danza Ballet