Una meritoria sustitución.
Esta historia de faquires, bailarinas del templo (bayadères), serpientes y sueños de opio, dieron lugar a la exquisita coreografía de un genio del pasado, Marius Petipa, quien se inspiraría en Sakundala y The Cart of Clay, originales de Kalidasa; el compositor Ludwig Minkus proveería la deliciosa música, y el libreto, de 4 actos sería producto de Sergei Khudekov, en el que colaboraría el propio Petipa.
El estreno tendría lugar en el Teatro Maryinsky de San Petersburgo, en febrero 4 de 1877. No obstante, la obra completa no sería conocida en occidente hasta 1961, cuando el Ballet Kirov, en plena “guerra fría”, la presentaría en su primera gira a países occidentales como Londres, París y Nueva York. Después, en dos versiones diferentes (la primera se debería a Natalia Makarova, quien arregló la original, en 4 actos, para el ABT, estrenada en julio 3 de 1974, y la segunda, en 3 actos, sería obra de Rudolf Nureyev, estrenada en 1992 por el Ballet de la Ópera de París poco antes de la muerte del legendario bailarín), la obra continuaría siendo favorita del público, especialmente el Reino de las Sombras del acto segundo original, que muchos llaman “la obra máxima de Petipa”. El Reino de las Sombras, sin embargo, Nureyev lo había montado en primera instancia para el Royal Ballet de Londres, en 1963.
Considero oportuno recalcar aquí que en la cuarta semana de la temporada danzaría en el Met, que termina en la primera semana de julio, el ABT mantiene sus perspectivas artísticas, ofreciendo semanalmente, una obra clásica o neo-clásica de los más apreciados coreógrafos. También hay otros programas que incluyen dos o tres ballets cortos, de variados estilos como son los de Frederick Ashton, y otros más modernos como los de Christopher Wheeldon o Alexei Ratmansky. De este último habrá también una premiere: “Firebird” (El Pájaro de Fuego, Shar Ptiza, o L´Oiseau de Feu), sobre la afamada partitura de Igor Stravinsky. George Balanchine crearía en 1949 su propia versión en un acto, para el New York City Ballet (NYCB), con fascinantes decorados de Chagall.
En el reparto de bailarines que apareció en la última “Bayadére” de la semana, se incluían tres nombres, capaces de llenar totalmente el enorme lunetario del Met: Alina Cojocaru, como Nikiya, Herman Cornejo sería Solor, y la Gamzatti llevaría de intérprete a Natalia Osipova. Una vez que solicite mi entrada, una preocupante tira de papel me fue entregada. Esas tiras son harto conocidas, ya que cuando aparecen dentro de los programas, anuncian que han sucedido cambios, no siempre para complacencia de los asistentes.
Esta vez la sustitución era preocupante. Osipova estaría ausente, y su role pasaría a una bailarina solista del elenco, Isabella Boylston, a quien en temporadas recientes, he podido observar en algunos roles de importancia, denotando sus innegables adelantos.
Sobre la actuación de los otros principales, ¿qué puedo añadir a lo que se ha escrito más de una vez sobre la hechizante Cojocaru, esta vez como la dulce danzarina del templo?. Su pequeño y bien formado cuerpo, una vez en la escena, abarca un enorme espacio, y por su estatura, podía predecirse que la pareja que formaría con Cornejo, el insuperable bailarín argentino, lograria los mejores resultados.
Los adagios entre estos dos colosos del clasicismo fueron de una perfección como pocas, entre las muchas que hemos tenido oportunidad de presenciar en la capital del mundo de la danza. La teatralidad de la bailarina rumana es simplemente magistral. Cualquiera de sus gestos, ya sean de alegría o desesperación, dan una buena pauta de sus emociones, ya sean éstas de ternura o indignación, a la que puede añadirse valentía para no dejarse aplastar.
La técnica mostrada por Cojocaru en el Pas de Deux de la tela, en el acto de las Sombras, fue de pura perfección académica. Por su parte, Cornejo le dio al público lo que éste, hoy día, además de preferir, exige de los principales intérpretes: bravura o extremo virtuosismo (puede considerarse cómodamente “un acto de circo”). Cabe repetir que el “ballon” de este humilde, pero maravilloso clasicista, es extraordinario. Sus vueltas son igualmente alucinantes por su rapidez, que son terminadas cuando él desea que finalicen, suavemente y sin atropello. Sus variados assemblés con dobles tours en l´air (giros en el aire) además de sus cabrioles, son igualmente una exposición de lo que la perfección académica significa.
El Corps de Ballet en el «Reino de las Sombras» de «La Bayadére»
Foto de Marty Sohl, cortesia del ABT
Respecto a Boylston, sin lograr hacer del role de Gamzatti una interpretación extraordinaria, lo que hizo fue logrado con gran seguridad (no debe haber sido fácil calzar las zapatillas que Osipova había dejado vacías momentos antes). Sus vueltas fueron seguras, sin tratar de ir más allá de lo que ella sabe puede conseguir. Resumiendo: al ramo de flores que le fue entregado al terminar la función, añado las mías.
El Corps de Ballet estuvo siempre a la altura de esta gran función. Cuando la larga bajada por la pasarela termina, situando a las 24 bailarinas en el escenario para ejecutar sus danzas, la estruendosa ovación del público al terminar, fue, sin duda alguna, el merecido premio que éste grupo se ha ganado, por haber mejorado su trabajo al punto de recordar la perfección de igualdad que el afamado Corps del Kirov consigue siempre en esta escena.
Después de los aplausos finales, que parecían no terminar nunca, salí a la renovada plaza del Lincoln Center. La noche estaba calurosa, pero tranquila. Había espacio en el ambiente para respirar profundamente. Allí, una cantidad apreciable de jóvenes neoyorquinos, tomando fotos con sus blackberries o cualesquiera de esos otros nuevos y magníficos aparatos electrónicos que son la novedad del momento, disfrutaban también de este ambiente inigualable.
Hermoso final para una noche que puedo llamar “fuera de serie”… ¡Qué dicha haber podido disfrutarla!
Alina Cojocaru y Herman Cornejo, como Nikiya y Solor en «La Bayadére»
Foto de Gene Schiavone, cortesía del ABT
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