Ampliando los comentarios a un importante libro sobre ballet.
Ya se ha escrito mucho sobre el ballet en Cuba, pero el nuevo libro que lleva la firma de Isis Wirth, escritora cubana de gran capacidad, revela infinidad de sucesos, desconocidos hasta el presente por la mayoría de los que nos interesamos en el divino arte de la danza académica.
Su título, “La Ballerine & El Comandante”: La historia secreta del Ballet en Cuba, ha sido editado en Francia por Francois Bourin. Los 10 capítulos que lo componen, son proveedores de vital información sobre lo que ha sucedido en Cuba en materia de danza clásica, (y política, también. Es imposible desligar lo uno de lo otro). Es por ello que se hace imprescindible sea traducción al español — que no dudo sería un “best seller” — y también al inglés. Nada mejor que enterar a los que se comunican en la lengua de Shakespeare, sobre lo que dio paso al ballet clásico en Cuba. Sin duda alguna, un tema que trasciende fronteras.
Para dar comienzo a la historia de la compañía nacional cubana, en el primer capítulo, titulado “Nace una estrella” (Nassaince de´une ètoile), la autora echa mano a lo firmado por Charles Payne en el libro “American Ballet Theatre”, grueso tomo publicado por Alfred Knopf en Nueva York, en 1989. Las querellas que Payne relata, muestran a Alicia Alonso (la Cobra Cubana, según el apodo que le daban los miembros de la compañía en aquél entonces) en querellas contra una de las bailarinas principales.
La prima ballerina assoluta, sobrenombre usado frecuentemente para denominar a la diva, fue la tercera Alonso (adquiriría el apellido por su primer matrimonio con Fernando en 1938) del triunvirato que propició la fundación de una compañía cubana de ballet clásico en la isla, la cual sería bautizada con el nombre de Ballet Alicia Alonso (BAA). Fernando Alonso sería el director artístico, su hermano Alberto Alonso, el coreógrafo-en- residencia y Alicia, la estrella, continuaría libre para cumplir sus contratos en el extranjero. La premiere tuvo lugar en el teatro Auditórium, el 28 de octubre de 1948.
El BAA, precursor del Ballet Nacional de Cuba (BNC), nació gracias a los tres Alonso, sin olvidar a los 11 bailarines procedentes del Ballet Theatre (BT) que se encontraban en Cuba, y estuvieron prontos a unirse al plan. Contando con la ayuda de la benemérita institución Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, los tres Alonso iniciaron el trabajo y como apunta el conocido dicho, lo demás es historia.
El libro de Isis Wirth ha logrado una buena exposición en la red cibernética, donde a menudo aparecen capítulos del mismo, ya traducidos al español. No dudo que la libre traducción, ha sido hecha por alguien que domina el idioma; así ha llegado a mis manos y motivado la reseña que ahora me ocupa.
Continuando con lo expuesto en el capítulo II, titulado “Rouge Ballet” (Ballet Rojo), aparece en él una carta firmada por Carlos Rafael Rodríguez, conocido miembro del partido comunista de Cuba, fechada en 1981, en la que comenta el viaje que la Alonso hizo a la entonces URSS en 1957/58, el cual, según opinión de Rodríguez, fue motivado por la simpatía que Alicia sentía ya por las doctrinas de Lenin.
Los conocimientos que la familia Alonso poseía de Unga desde tan lejana época, incluían su fortaleza de carácter. Sus ideas políticas, si alguna vez tuvo alguna, no las había exteriorizado aún. Lo principal en ella era lo que siempre ha sido y continúa siendo: su extremado que “alicismo”. No se puede dudar que la bailarina y el Comandante sean almas gemelas. Terciando sobre ese viaje a la Unión Soviética, la Secretaría de Estado de los EE.UU. siempre ha propiciado programas culturales como viajes, etc. y tuvo mucho que hacer con la visita del matrimonio Alonso a la sede del comunismo, donde Alicia bailaría en varias ciudades, con Fernando, alentándola en cada paso.
En el capítulo III, “Los beneficios de la revolución”, se detalla la propaganda a la que se avenía la compañía. Allí aparece un párrafo que cuenta minuciosamente los ballets de propaganda que se crearon en esa época (1965 a 1977, aproximadamente).
En “¿Territorio protegido?“, que ocupa el espacio del capítulo IV, Wirth incluye un párrafo que la autora llama “Alicia y la UMAP”, referente a las batallas que daba Alicia por los bailarines de la compañía, para evitar que fueran enviados a los llamados “campos de concentración”, establecidos por el régimen para “sanar” a la población cubana homosexual. De esto haber sucedido, la carrera de muchos de ellos habría tenido un triste final, perjudicando enormemente al BNC.
El capítulo V, “ Les annes fastes” (Los años de esplendor) señala, que a pesar de la importancia de la compañía, las incidencias de peticiones de asilo político iban en aumento, especialmente cada vez que salían en giras artísticas por el extranjero. Esto continúa y continuará sucediendo, mientras la assoluta se niegue a traspasar la batuta (la dirección de la compañía).
Comentando más ampliamente sobre las fugas, la primera sucedería en París, en 1966, donde 10 bailarines solicitaron asilo político. Entre estos estaba Lorenzo Monreal (ya fallecido), quien por un tiempo estuvo casado con la hija única de los Alonso, Laura, que dio como fruto a Iván Monreal Alonso. Los “Diez”, según el sobrenombre que identifica al grupo, lograron conseguir el asilo en la capital francesa. La lista de disidentes continuó con Miguel Campanería, del que muy poco se ha hablado, quien pidió el asilo en Montreal, Canadá, en 1971, durante la primera gran gira artística que la compañía haría a ese país.
La partida de Jorge Esquivel es comentada ampliamente en esta historia. Abandonar la compañía para luego asilarse, causó grandes penurias a la propia bailarina, ya que Esquivel había sido un dedicado compañero por largo tiempo, precisamente en los años en que la assoluta ya comenzaba a mostrar decadencia física. Sobre esto, un bailarín amigo me explica que no es fácil elevar un cuerpo declinante, que no presta ayuda al compañero con algún empuje de su parte.
Continuando con el tema, si bien fue anterior a esa época (en 1968), hice un viaje a Toronto, donde me encontré con Alberto Alonso, quien me pidió que, como ciudadana cubano-americana, lo presentara ante el Cónsul General de EE.UU. en esa ciudad. No cabía dudas: El coreógrafo también deseaba solicitar asilo político. Lamentablemente, su petición fue denegada. Sin embargo, Alberto lo conseguiría en 1993, cuando su hijo Albertico Alonso Calero, llegó a los cayos estadounidense en una frágil barca, en busca de la “ansiada libertad”, como repetiría en entrevistas que siguieron.
En el capítulo VI, titulado “Los estragos de la tempestad” (Les orages de la tempête) , o “La Decadencia”, Wirth detalla las penurias que la población comenzaba a experimentar (1992) que copio textualmente: “Los bailarines podían irse, uno tras otro, pero la vieja diva, cada día más limitada, continúa impertérrita, ejecutando lo que ella considera es ´baile´… Francamente ridículo….”
Me atrevo aquí a opinar que llamar a Alicia, “coreógrafa”, aunque sea cruel decirlo por sus razones físicas tan limitadas, es una burla. En el difícil arte de la danza clásica, hacer coreografías no es solamente mandar al bailarín a ejecutar ciertos pasos, frente a un espejo que no perdona. Sobre ese arte, sabemos que un coreógrafo ordena los pasos por sus nombres, pero infinidad de veces tiene que ejecutarlos él mismo, para que el estilo deseado sea entendido a plenitud.
Continuando con el texto, “El movimiento carista” que fue poco conocido, expone el descontento que muchas bailarinas han experimentado antes y ahora, por la mano de hierro de Alicia, con referencia especial a sus roles favoritos (“Carmen” viene a la mente). Algunas, como es el caso específico de Rosario (Charìn) Suárez, esperan demasiado para marcharse al extranjero.
Para concluir, el capítulo titulado “La derrière valse?” (¿El último vals?) Wirth traslada a los lectores a los inicios de la danza clásica en Europa, particularmente en Francia, durante el reinado de Luis XIV. Estimo, no obstante, que muy poco podían asemejarse los miembros de la exquisita corte, a los toscos guerrilleros que, con rosarios religiosos alrededor del cuello, bajaron de la Sierra Maestra para propiciar que los Castro se adueñaran de la que fuera bella isla caribeña, y la convirtieran en su posesión privada.
Wirth parece desear que se establezca una comparación entre los deseos del monarca, con los de Fidel Castro. Cuando el guerrillero le preguntó a Fernando Alonso, en 1959, en su calidad de director artístico de la compañía, qué cantidad de dinero necesitaba para poner en marcha al Ballet de Cuba, Fernando citó una cifra elevada que Castro aceptó… ahora era solo cuestión de preparar programas y rehabilitar sus filas (la Academia de Ballet, fundada por él – NO por Alicia, cumpliría con ello). Exportar su “fidelismo” entre bastidores, no parecía ser dádiva demasiado costosa.
¿Sería acaso la creación de los “comités de seguridad” (Comités de barrio, mayo 6 de 1960, en el estudio de danza de la compañía, en el barrio de El Vedado), el pago del agradecido maestro a la revolución? Todo cabe en lo posible. En el acta levantada ese día, aparece el nombre de Fernando como encargado de las finanzas, y el de Alicia encabeza la lista de vocales.
Entre los relevantes sucesos que vinieron después (y para ellos me remito a la historia y a mis recuerdos), hay que mencionar el divorcio de Fernando y Alicia, en 1964, y el “exilio” de Fernando en Camagüey, donde por muchos años dirigiría el conjunto local. En la actualidad, con 98 añoss de edad, mantiene un humilde perfil en las actividades danzarías de la capital habanera, sin embargo, su presencia es requerida a menudo fuera de Cuba. Su prestigio como maitre, es reconocido y apreciado mundialmente.
El coreógrafo Alberto Alonso, terminó sus años como maestro, en el Santa Fé Community College de Gainesville, U.S.A. Allí falleció el último día del año 2007. Su legado, no obstante, se reduce a “Carmen”; las otras obras clásicas que hizo, creadas mayormente para la Escuela de Baile de Pro-Arte Musical o para el BNC, han sido archivadas y no han vuelto a ser presentadas en ningún escenario de Cuba. Resulta una verdadera pena que su magnífico “Concerto” de Bach (Escuela de Baile de Pro-Arte, 1943), creado para su primera esposa, la canadiense Patricia Denise, que entonces ostentaba el nombre de Alexandra Denisova, como miembro del Original Ballet Russe de De Basil, se haya perdido.
La escuela nacional, que continúa produciendo magníficos bailarines, la dirige desde hace varios años, Ramona de Sáa, a quien pocos fuera de Cuba conocen. No obstante, el producto más determinante de la excelencia de De Sáa como maestra, es el bailarín Carlos Acosta, quien ha reconocido públicamente la importancia que su profesora ha tenido en sus éxitos profesionales.
“Un tragique empire” (Un imperio trágico”), que pone fin a la interesante lectura, no necesita traducción. Su título lo dice todo. Solo pido al lector que repase lo leído y saque sus propias conclusiones. “La ballerine & El Comandante” ofrece una magnífica lectura, especialmente para los que saben poco del desarrollo de ese arte en la perla de las Antillas.
Felicitaciones a Isis Wirth, la autora, por su magnífico trabajo.
©2013 Danza Ballet®