Isadora Duncan, 27 de mayo de 1877, San Francisco, California

Isadora Duncan había nacido en 1877 en San Francisco (Estados Unidos).

En sus coreografías, con movimientos semejantes al vaivén de las olas del mar (su primera inspiración), imprimía el esfuerzo supremo sin que le importaran las consecuencias. Se mostraba ante los demás como el reflejo de lo que todos hemos sido antes de cortarnos las alas con el veneno de la razón.

Su estilo de danza era completamente nuevo y rompía con la rigidez del ballet clásico, además de utilizar música de concierto, que originalmente no había sido compuesta para ser bailada. Isadora, fue pionera en su ramo y alcanzó la perfección siendo su propio maestro, en el que para ella, el cuerpo debía ser translúcido para proyectar el alma y el espíritu. Sus enseñanzas y personalidad son ahora parte importante del desarrollo de la danza.

Su familia burguesa se empobreció de pronto cuando su padre, banquero, fue encarcelado por fraude, y pasó años muy duros dando clases de ballet y participando en espectáculos de segunda antes de hacerse conocida. Detestaba el encorsetamiento y la falta de naturalidad de la danza clásica, que imponía las puntas desde el siglo XIX y que ella calificó despectivamente como simple gimnasia. Por eso bebió de fuentes mucho más antiguas para desarrollar su estilo, inspirándose en las ménades griegas, que bailaban arqueando su cuerpo de manera espasmódica, y también en pinturas del primer Renacimiento como la “Primavera” de Botticelli.

Abrió varias escuelas de danza para difundir este credo artístico, y a sus seguidoras se las apodó las “Isadorables”; seis de ellas adoptaron su apellido como símbolo del legado del que se consideraban depositarias. Recorrió el mundo con unos espectáculos con los que cosechó tantos éxitos como escándalo: no era habitual que una mujer se presentara en los mejores teatros vistiendo una mínima túnica, mostrando sus piernas desnudas y de vez en cuando incluso sus pechos.

Puede que hubiera algo de histrionismo en su afición a sembrar el escándalo, pero no se puede negar que intentó ser una mujer libre: fue dos veces madre soltera –con distintos hombres–, abandonó a su único marido, el joven poeta ruso Serguéi Yesenin, apenas un año después de la boda, por su alcoholismo, sus celos y su trato violento, y no dudó en manifestar públicamente sus simpatías por la revolución soviética, aunque tras su estancia en Rusia se sintiera decepcionada por lo burgueses que había encontrado a los bolcheviques. Tuvo multitud de amantes, al parecer de ambos sexos. Una de las relaciones que están más documentadas es la que mantuvo con la escritora Mercedes de Acosta.

Tuvo una hija con el escenógrafo británico Gordon Craig y un hijo con el magnate de las máquinas de coser Paris Singer; ambos murieron en un accidente automovilístico (1913). En 1922 contrajo matrimonio con el poeta ruso Sergei Esenin, de quien se separó más tarde. Su última y dramática aparición en los escenarios fue en la ciudad parisina.

También sufrió duros reveses, algunos de ellos premonitorios de su propio fin: su padre falleció en el naufragio de un barco de vapor, Yesenin acabaría ahorcándose con la correa de una maleta y sus dos hijos se ahogaron cuando el coche en el que viajaban cayó al Sena. Muchos expertos la consideran la madre de la danza contemporánea, o al menos una gran influencia para el desarrollo de ésta.

Pero lo que hoy seguimos recordando de ella es, sobre todo, la manera al mismo tiempo horrible y prodigiosa en que murió. Que es, bien mirado, uno de los momentos más extremos de toda la historia de la moda.

La muerte de Isadora Duncan fue propia del último acto de una tragedia griega de Eurípides, con la excepción del elemento moderno del automóvil. Llevaba uno de los grandes chales de seda con los que envolvía su cuerpo y parte del cuello. El final del hermoso pañuelo ondeaba al viento en el Amilcar francés en el que viajaba junto al conductor por la costa de Niza. El chal se enredó en el eje de una de las ruedas traseras del coche aplastando la laringe y rompiendo el cuello de la bailarina.

Con tanto ingenio como dudoso gusto, y enfundada en uno de sus severos atuendos de madre superiora, la escritora y mecenas Getrude Stein sentenció tras conocer la muerte de Duncan: “La afectación puede ser peligrosa”.

Su muerte fue una verdadera tragedia.

Isadora Duncan, 27 de mayo de 1877, San Francisco, California
Isadora Duncan fotografiada en mayo de 1922, cinco años antes de su muerte. © Henry Guttmann/Getty Images.

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