Todavía se le recuerda en aquella maravillosa escena de Cantando bajo la lluvia: Gene Kelly se deslizaba, bajo el chorro de llovizna artificial, en una coreografía delicada y perfecta, a la que el crítico de ballet Arnold Haskell consagraría un estimable elogio: Eso es arte.
Gracias al cine, pero sobre todo al video, la imagen puede ser traída a voluntad una y otra vez, y en cada ocasión provoca el mismo deslumbramiento. La escena es uno de esos clásicos que se entretejen en la madeja de referencias culturales de toda una época.
Pocos saben que le costó dos días duros redondearla, soportando las ráfagas húmedas que le provocaron un enfriamiento progresivo. No lograba sincronizar, a su gusto, los movimientos del paraguas con la música y tuvo que bregar duro para conseguirlo. Es difícil, sin embargo, imaginar esa odisea cuando se contempla en la pantalla su rostro exultante y se perciben sus pasos desplegándose como una filigrana, remedando el tintineo de la lluvia, pespunteando las gotas que fluyen en una cascada tenue.
Dicen que el pasaje se inspiró en otro similar cantado y bailado 15 años atrás por Maurice Chevalier (Cantando… se rodó en 1952). Sólo que el suyo era más brillante y original, vaporoso y preciso, casi mágico.

Eugene Curran Kelly -su verdadero nombre- nació en Pittsburgh, Pennsylvania, y tenía ascendencia irlandesa. Su padre era un viajante de comercio dedicado a la venta de fonógrafos, y transitó por una vida desahogada hasta el crack económico de 1929.
Su ficha biográfica detalla que estudió Leyes e incluso llegó a ganar el juicio entablado por la actriz Mary Martin (South Pacific) contra una productora cinematográfica. También fue plomero, camarero, profesor de baile y de gimnasia, y hasta aprendiz de periodista.
De su madre, amante del baile popular, heredaría la afición por la danza que pulió a lo largo de toda su vida. A impulsos de ella, integró un quinteto con sus hermanos. El conjunto a la postre se disolvió. Quedaría él, como un diamane solitario, y Fred (Astaire), y eran infatigables ensayando durante horas una coreografía tras otra.
Gene Kelly tenía un talento excepcional que no tardaría en arrojarlo en brazos de Broadway, la meca del teatro musical. El ojo experto del productor David O. Selznick lo descubrió y en 1941 vino el salto a Hollywood con una película filmada para la Metro Goldwyn Mayer con Judy Garland como protagonista. Fue una década en la que tuvo como parejas en la ficción a Rita Hayworth y Lana Turner.
En los años 50 se le vio junto a Leslie Caron en Un americano en París, que le mereció un Oscar. El año 1952 fue el de su apoteosis con Cantando bajo la lluvia. Todos afirmaban que la segunda estatuilla sería suya, pero lo impidió un boicot bien urdido. Bastó con echar a rodar un comentario devastador en aquella época. Kelly -se empezó a rumorar- era comunista. Fue suficiente para que la Academia le cerrara sus puertas y le diera la espalda.
Intentar un recorrido por su carrera artística es casi imposible. Siempre fue un bailarín y un coreógrafo excepcional, y se mantuvo activo más allá de los límites físicos naturales. Cuando tenía poco más de 70 años todavía se le vio bailar sobre patines de rueda en Xanadú, al lado de Olivia Newton-John.
Dirigió y creo coreografías memorables como Hello Dolly, con Barbara Streisand y Las señoritas de Rochefort, con Catherine Deneuve y Francoise Dorleac, para citar dos botones de muestra.
Gene Kelly fue un artífice de sí mismo y de su propia danza. No tiene parigual. El y Fred Astaire formaron una pareja única, pero individualizada al mismo tiempo. Astaire encarnaba la elegancia. El se definía como el Marlon Brando del musical.
ag
PL-66
Fuente

AN AMERICAN IN PARIS Gene Kelly and Leslie Caron – Photo Annex
Notas relacionadas en Danza Ballet
Historia de Los Musicales
Biografía Cyd Charisse
© 2006 Danza Ballet
00025