El guante escarlata de Pina Bausch

Supe de ella a mediados de los ’70, cuando me llegó un catálogo de su danza en una época que yo despreciaba el ballet, la ópera y todos esos montajes artísticos con los cuales la burguesía se emociona hasta la colitis estética.

Esta vez fue su pareja, Ronald Kay, poeta, escritor y amigo, quien me preguntó una tarde: entonces, ¿nunca has visto algo de Pina, Pedro? Creo que no, sólo la recuerdo en la película “Y la nave va”, de Fellini, y últimamente en “Hable con ella”, de Almodóvar. Entonces iremos a verla, ahora que viene a Chile al festival de teatro, me insistió Ronald.

Por Pedro Lemebel

Supe de ella a mediados de los ’70, cuando me llegó un catálogo de su danza en una época que yo despreciaba el ballet, la ópera y todos esos montajes artísticos con los cuales la burguesía se emociona hasta la colitis estética. Entonces miré con desdén las fotos de aquellos danzarines desarrapados y descalzos, pero las guardé entre mis papeles sin saber que algún día estaría riendo y tomando un vino negro con esta mujer, bella como un flamenco de vidrio, que llevó la danza contemporánea al éxtasis del gesto quebrado. Tampoco imaginé entonces que podría resistir las dos horas del espectáculo donde la representación del cuerpo es un florecer de carreras y caídas y saltos y golpes y más caídas. Y desde el suelo o cielo, una mano triza el aire con un guante escarlata, y parece que vuela la mano paloma, parece que arde el guante diablo, pero no vuela ni se quema, se congela el puño apretado, apenas se encoge arrítmico conjugándose con otras manos y otros torsos y otras pelvis que rondan el sube y baja de este espejismo carnal.
 
El guante escarlata de Pina Bausch

Pina Bausch – Foto gentileza de Blanca A.W. para Danza Ballet

Esta vez fue su pareja, Ronald Kay, poeta, escritor y amigo, quien me preguntó una tarde: entonces, ¿nunca has visto algo de Pina, Pedro? Creo que no, sólo la recuerdo en la película “Y la nave va”, de Fellini, y últimamente en “Hable con ella”, de Almodóvar. Entonces iremos a verla, ahora que viene a Chile al festival de teatro, me insistió Ronald. Y la verdad, yo me hice el desentendido porque es feo solicitar entradas a los familiares de las estrellas.

Después que la Bausch llegó con bombo, luminarias y la condecoró Bachelet en La Moneda, pensé que a Ronald se le había olvidado la invitación, pero ahí estaba insistiendo que fuéramos a ver el espectáculo de la Bausch en el dorado Teatro Municipal. En ese templo de la danza, como le llamaba un coreógrafo de la dictadura a ese lugar. Y ese día y a la hora me encaminé al Municipal, donde me esperaba mi amigo para colarme en la suntuosa sala. Tenemos ubicación en la penúltima fila de platea, me informó Ronald con las entradas en la mano. Qué bueno, suspiré, por si me lateo, por si me aburro puedo salir a fumar. Estaba toda la elite cultural de la Concertación: actores, políticos, ministros, señoras de ministros, tías de ministros y cuanta vieja engalanada arriscando la nariz. Un toque de gong llamó a la sala, iba a comenzar el espectáculo de Pina Bauch y su compañía Tanztheater Wuppertal. La gente culturosa se secreteaba, decían yo lo vi en Europa, linda, es divino. Al bajar la luz de las arañas de cristal, quedó en penumbras una escenografía sobria en su exacta pulcritud. Sólo una borrosa extensión de luz neutra difuminaba el horizonte pedregoso. Si me aburro salgo afuera y nadie se da cuenta, pensaba yo acomodándome en esa penúltima butaca. Si me lateo salgo a fumar y nadie lo nota, me repetía bostezando de antemano. Entonces escuché que alguien tosía a mi espalda. Era Pina Bausch, de pálido semblante, vestida de negro recato, que me saludó con una venia amable. No tengo cómo arrancarme, pensé, sintiéndome como un estudiante incorregible. Pero no tuve para qué moverme de mi asiento, el montaje, la música, los bailarines revoloteando ingrávidamente torcidos en la flama de la luz, me tenían cautivado. Tanto así, que me olvidé que Pina Bausch, a mi espalda, vigilaba atenta el espacio coreográfico con su mirada verde olivar.

El guante escarlata de Pina Bausch

Pina Bausch – Foto gentileza de Blanca A. W. para Danza Ballet

A ratos, volvía la música morena y el tambor maraqueaba la cadera fracturada por el asimétrico rumbón del fado portugués. Ya no era el Municipal y su encrespada siutiquez neoclasista. A ratos, el amasijo corporal levantaba un encatrado favelero, como si fuera una toma de terrenos. A ratos, el mismo merecumbé desarmaba la rancha, con el mismo sincopado y lagrimero recumbión. Ya no era el Municipal y sus viejos firulos extasiados con “La Traviata”. Este era un discurso visual y musiquero donde el cuerpo, como guante vacío, como cuerpo desmusculado, proclamaba otra tensión, otro rictus herético que, en la asimetría del tropiezo, arrastraba la majadera reiteración de su caer. Una y otra vez hasta el éxtasis de una coreografiada fatiga. Sin duda, ya no era el Municipal y su aleluya clásica. Tantas veces, acá en Chile, vi a los seguidores de la Bausch haciendo sus piruetas abstractas. Pero entonces no me convencía su arrogancia trascendente. Ahora estaba viendo el original, y seguro era maravilloso ver esta gimnasia del absurdo, sin narrativa, desmadejada por el desespero de la incomunicación. La Bausch, detrás mío, sólo respiraba, la veía por el rabillo del ojo atenta al más mínimo suspiro de la acartonada platea. Cuando se prendieron las luces de la sala, y el aplauso atronador nos despertó de ese nirvana, Pina ya no estaba en la última fila, ahora, junto a la compañía, agradecía las flores y los vítores en el escenario. Viste que te gustó, me dijo Ronald mientras salíamos del teatro, Pina quiere comer algo, ¿nos acompañas? Fuente: La Nación (Chile)  – 16 Jun 2007. Selección fotográfica realizada por Danza Ballet

 

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