El tema fue esta vez: la India, entre ayer y mañana, entre oriente y occidente, entre la danza ancestral del templo, el baile popular rústico y el espectáculo de Bollywood. Bausch enfrenta a la vista de todos el ajetreo occidental con la calma hindú.
Por Marieluise Jeitschko
Como de costumbre, la nueva «obra» de Pina Bausch carecía de título el día de su estreno.
Asimismo, como de costumbre, fueron ovacionados durante varios minutos en la sala completa del teatro de Wuppertal tanto el icono del Teatro-Danza como las 18 bailarinas y bailarines de casi tantas otras nacionalidades.
Pero detrás de tanto alborozo muchos escondían alguna decepción, ya que faltaban los fuegos artificiales de furiosa excelencia de baile de los solos de obras anteriores. Sin embargo, como punto álgido hay que destacar el solo de Shantala Shivalingappa como «piedra preciosa» en este espectáculo siguiendo el modelo ya familiar de muchas nuevas obras de baile que se crearon como co-producciones del Teatro Wuppertal con diferentes naciones desde mediados de los años 80.
El tema fue esta vez: La India, entre ayer y mañana, entre oriente y occidente, entre el baile ancestral del templo, el baile popular rústico y el espectáculo de Bollywood. No se tienen en cuenta la multitud de colores del sur, la muchedumbre y el ruido de las calles, la pobreza brutal en la porquería y el hedor de las metrópolis. Sólo de vez en cuando aparece una referencia clara a las tres ciudades hindúes en las que esta obra fue creada con el apoyo de los institutos Goethe de India: naturalmente se presenta a Bombay (Mumbai) con la proyección de un enorme póster de cine. Por delante, con la música pseudo-clásica de la Bombay Dub Orchestra, baila una pareja una de esas horteras escenas amorosas en un campo abierto mecido por una suave brisa – por supuesto en el «idioma de baile» propio de Pina Bausch. La música pop como por ejemplo la del grupo „Talk Talk“ de los años 80 y la música vanguardista occidental de Michael Gordon o «4Hero», representan la ciudad de Nueva Delhi occidentalizada. Por el contrario las vastas regiones rurales del norte están represantadas en un vídeo de una escena de un baile popular, el Kathak, y en las imágenes de plantaciones de plátanos y de té proyectadas en lienzos. Mientras tanto, el solo de Shivalingappas alude al estilo de Odissi de Calcuta.
La India «real» se ha captado de forma genial mediante la elegancia y la erótica de un ajustado Sari bien llevado y los Dothis y el latoso manoseo de los hombres que llevan estas faldas de largos anchos de algodón; un típico gesto que se ve en las calles de esas ciudades y pueblos hindúes donde las vacas sagradas están por todas partes rumiando estoicamente, momento en el cual las bailarinas exquisitamente vestidas (por Marion Cito) “descienden” por medio del escenario. Por el contrario, los hombres se convierten en bailarines del templo. Unos anchos blancos de paño se caen del telar y marcan las columnas de este pabellón de baile que pertenece a todos los antiguos recintos de templos del sur. Las columnas desaparecen cuando Shivalingappa baila un solo corto de Bharatanatyam, vestida con el tradicional traje ceremonial de una bailarina de templo, traje que, aún hoy en día, visten las estudiantes de baile. Pareciera como si el público estuviera en una presentación de los alumnos de la Academia de Música de Madras.
Estos contrastes sutiles componen el refinamiento del Teatro-Danza de Pina Bausch. El encanto y la gracia de la nueva obra no se revelan a primera vista. El simple cuadrado blanco del escenario de Peter Pabst parece flotar hacia la platea. Bausch enfrenta a la vista de todos el ajetreo occidental con la calma hindú. En eso es en lo que consiste la diferencia con los espectáculos de baile comerciales como «Bharati» o «Bollywood». Fuente www.tanznetz.de